Claudia yacía sobre la cama de una austera habitación. Nunca le habían dado mucha importancia a lo material. Se tenían el uno al otro.
Los ojos cerrados. La respiración débil. Los labios rojos. La piel fina, tan fina... Podía verse cómo se le escapaba la vida.
Mario contemplaba la fúnebre escena que protagonizaba su compañera de viaje sin saber muy bien qué hacer. Ya nada podía aliviar su dolor.
Mientras esperaba no podía evitar recordar tiempos pasados. Tiempos mejores en los que habían conocido mundo. También habían hecho grandes amigos aquí y allá, siempre les gustó viajar. Las tardes en el sofá cuando Mario intentaba leer el periódico y Claudia se tumbaba con la cabeza en su regazo y le hacía un millón de preguntas. Tomar un café casi en silencio, solamente disfrutando de la compañía, el juego de miradas. Hablar con el cuerpo. Los paseos por el parque. Ella siempre quiso ser pájaro y los columpios la acercaban al cielo.
De pronto Claudia frunció ligeramente el entrecejo sacando a Mario de su ensimismamiento. Respiró por última vez y murió. Mario se levantó lentamente, rodeó el lecho matrimonial y se tumbó en su lado de la cama. Ella olía al recuerdo de una tarde de tormenta, lejos de lo qué él había imaginado. A besos robados en los portales, a cosquillas en el estómago y a aquellas ganas de vivir de las que ya no quedaba nada vivo.
Mario cogió su mano, cerró los ojos y comprendió que el fin del mundo había llegado.
Qué intenso, casi lloro :D
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